Pasado reciente
Tuve la oportunidad de toparme por primera vez con obra de Pablo Amoedo en Lisboa, Portugal. Precisamente en una muestra -junto a obras de otros artistas argentinos- en el Palacio Nacional D’ Ajuda.
En el centro de la imponente sala elíptica, tres conejos ataviados como samuráis, sobre bases blancas, en distintos materiales, con “ropaje” diferente, hacían las veces de “guardianes” de la muestra.
Eran obras de Pablo Amoedo, escultor.
Recorrí las páginas del libro de visitas.
Íconos, humor, símbolos, misticismo, mutación, transformación, onda, metáforas, hibridación, medievales, chamanes, son algunos términos que se referían en forma elogiosa –con reiteración- acerca de sus obras.
Mientras tanto sus conejos / samuráis cuidaban sigilosamente la muestra. Ya pertenecen a colecciones europeas.
En el mismo libro un visitante interpretaba: “mi ojo funda lo imaginario, estas obras son un enigma insospechado”.
Agrego una cita de Jules Lafforgue: “las artes ópticas nacen del ojo y solamente del ojo”.
Sin embargo, Pablo Amoedo logra otro de sus objetivos: hace de su obra un recorrido a la vez mental y sensorial.
El material encuentra por sí mismo una nueva forma y el escultor se encuentra con nuevos contenidos y significados (A. Cragg, The articulated column, 1996).
Tiempo presente.
Ingreso al ascético taller de Pablo Amoedo. Espacio claro, ordenado, límpido, poblado de señales que albergan fragmentos de un relato, una búsqueda, un itinerario intelectual que se aloja en sus esculturas.
Entre cierta cordura y fantasía se presentan ante mis ojos algunas de sus obras. Hibridaciones, decían en Lisboa: oso / guerrero samurái, carpincho / buzo de profundidades…de pronto: sombra I, de su serie cinética… (¿Habrá llegado la inteligencia artificial a su taller?).
Hay hierros patinados, caucho, cobre, bronce, resinas, chapas de madera de raíces desconocidas, soldadoras, cinceles…
Y otra vez las palabras se cruzan por mi mente.
¿Figuras pseudo medievales? ¿Combinaciones extrañas que denotan la hibridez antes mencionada? La observación me lleva a reconocer su estrategia de contraste / texturas, opacidad / brillo.
Pablo Amoedo se aleja casi siempre de cierta lógica: los materiales duros de los maestros del pasado los reinventa. Encuentra ciertas formas / personajes donde se puede adivinar el juego de los opuestos.
Mientras mi asombro se agiganta al detenerme sobre cada nueva pieza, Pablo recorre su “pasado”, etariamente escaso, deteniéndose en su incursión en la joyería de autor.
Un recorrido en flash pasa por los egipcios, los etruscos, la técnica manual del cincelado… Ahora vira a la marquetería, la talla e incrustación sobre chapas de madera, milenaria técnica de los flamencos. Luego pasa al fundido y martillado de metales y su consolidación sobre el bronce del que dan fe los trabajos de moldería, desarrollo y fundición realizados para colegas escultores de la talla de A. Pujía, J.C. Distéfano, Bastón Díaz, Manolo Valdez y R. Conti entre otros.
Sigo recorriendo el taller.
De pronto, aparece ante mí una imagen “angelical”. Un símbolo de levedad. Marca una diferencia en relación con otras piezas. Tiene movimiento, inestabilidad, reposo. Es el peso del material contra la levedad. Todo un concepto “newtoniano”.
Pablo Amoedo hace suyo el antidogmatismo dominante de “bajar” sus piezas de un pedestal para ubicarlas en el espacio del espectador.
Hace una doble invitación: tanto a que sea desplazada de su momentáneo estatismo, como a que este momento se convierta en juego, en interacción compartida.
Lo lúdico impulsa al movimiento a través del tacto y la imaginación.
Vuelvo al “ángel volador”. ¿Las alas son para volar al cielo? Pregunto ingenuamente: ”es un símbolo de levedad” reitera Pablo.
Comparo esta escultura con mi modernosa imagen de Kate Winslet en la proa de la película Titanic. Dos ángeles a punto de querer volar. En búsqueda de libertad.
Pienso en Leonardo Da Vinci y su máquina voladora…y vuelvo a Lisboa: “mi ojo funda lo imaginario”.
Las obras de Pablo Amoedo nos dejan un enigma insospechado.
Final de texto.
Traducción o creación
En mis trabajos trato de resolver asuntos que no podría resolver de ninguna otra manera. Partiendo de la idea en papel, hasta la pieza terminada, a todo el proceso de producción de una obra lo veo como una sucesión de metáforas; el humor los materiales y la paciencia me condicionan, sin embargo nada puede ser mas hermoso que ver las cosas cambiar y adaptarse a la propia fauna. Que puede ser mas bueno que, aunque sea por un instante sentir que cierta combinación de formas puede dar carácter a la materia, que un nuevo icono cobra vida, para narrarnos en nuestro propio idioma una historia diferente cada vez.
Cada escultura, en algún momento, deja de ser un objeto para ser un lugar, una estructura habitable, completamente flexible, lo que le permite cambiar de forma y adaptarse al huésped del momento, ofreciéndole una Analogía o traducción única e individual de la realidad.
Por un lado trae paz la idea de que estas estructuras son habitables y pueden darnos un refugio familiar y aparentemente seguro, pero inevitablemente descubriremos que es solo una capa mas, una manifestación mas, una cosa que representa otra, profunda consecutiva e infinita, lo que nos deja nuevamente desprovistos y a la intemperie.
Esta dualidad genera una vibración u onda que me empuja a seguir nombrando o creando con el material recolectado, algunas veces a ciegas pero siempre con la intención de sentir la propia sonrisa, solitaria y sincera, aunque yo ni nadie pueda verla en la oscuridad.
Comunicarse fielmente es una empresa imposible, algunas normas o parámetros pactados nos hacen creer que podemos entender al resto de la gente o ponernos en su lugar por un instante, sin embargo somos islas, nos llegan constantemente mensajes en un idioma indescifrable. Solo nos queda reemplazar los símbolos por cualquier palabra conocida dándole algún sentido a la oración, para creer (y me refiero a “creer” en el mas místico de los términos) que comprendemos lo que percibimos.
Esta, para mi no es una visión pesimista ya que no me parece importante entender sino interpretar; pienso que en gran medida lo que nos hace individuos únicos es nuestra “falla” en la comunicación.
Sin la necesidad traducir no habría la necesidad de crear o creer.
Desde que nacemos comenzamos a buscar instintivamente una forma de representar la realidad, de ajustarla a nuestra frecuencia y dentro de ese mecanismo, construir. En el proceso creativo se repite ese mismo mecanismo, la obra terminada nunca será la que se pretende, ya que dejo de serlo no solo una sino que varias veces durante los constantes “filtros”. En realidad filtro no es el termino correcto, un filtro deja pasar algunas cosas y otras no, lo que realmente sucede es que nada queda en el camino, las cosas no quedan atrás sino mas bien cambian y se transforman como en casi todos los procesos naturales y físicos.
Una vez terminada la escultura dejara de mutar, ya sin ser impulsada por la voluntad inicial del autor lo que no significa que deje de mutar y renombrarse según el espacio y el momento en que se la observe.
Formas binarias de la realidad
por Julio Sanchez
El perro lazarillo parece tener anteojos de ciego y su correa le hace girar la cabeza aún a costa de romperle el hocico. Un hombre de pie mira a través de una escafandra con forma de pez. Un remero ataviado como buzo guía su canoa hacia el cielo y un pájaro intenta volar con dos contrapesos. Los hombres y animales parecen salidos de El Jardín de las Delicias de El Bosco, pero son las esculturas de Pablo Amoedo. Nuestro artista crea un mundo de seres que se debaten entre la cordura y la fantasía; fácilmente reconocibles, un conejo, un avión, una cabra o un mono todos ellos parecen aquellos híbridos que decoraban los márgenes de los manuscritos medievales, esas drolleries o caprichos que funcionaban como un recreo para la lectura del texto más académico. Eran combinaciones extrañas entre humanos y animales, o entre animales y plantas, tan exóticas que provocaban cierta simpatía y sonrisa. Híbridos semejantes son los que describían los primeros cronistas de Indias que veían en estas tierras americanas y desconocidas hombres con la cara en la panza, y patones (o patagones) con pies tan grandes que se usaban como sombrillas para cubrirse del sol. El cine de Piratas del Caribe o La guerra de las galaxias también recoge esta tradición de seres imposibles y atractivos como el canto de las sirenas. La escultura de Amoedo se inscribe en esta huella y aporta una combinación de materiales poco convencionales como el bronce y el cemento, o la madera y el caucho. Sus personajes tienen algo de mecánico y algo de natural como si salieran no del taller del escultor sino del laboratorio de un ingeniero en genética que logra síntesis impensables. Amoedo parece interesarse por realidades binarias: natural / artificial; real / fantástico; y mecánico /orgánico. La dureza del bronce contrasta con la maleabilidad de la madera, lo mineral con lo vegetal, algunas figuras están colgadas de sus propios sostenes los que le da un carácter aéreo, hay otras que tienen un movimiento giratorio en potencia, como trompos que esperan ser activados por la mano invisible de un Demiurgo.